miércoles, 27 de abril de 2011

En aquella habitación

Creyendo en que todos los lunes de enero se iba a ver su silueta tras la puerta, sediento de verla de nuevo entre sus sabanas de fina seda turca. Con su corbata estrecha que resalta sobre la perenne camisa blanca impoluta. Abrigos aparte, quedaban los sueños ahogados en whiskys dobles y cosmopolitans poco cargados, esperando de ellos la sinceridad negada ante el orgullo de la sobriedad. Cuando las palabras tímidas rozaban su lengua y cogían impulso dispuestas a hacer daño, a ir al grano. Se pronunciaba lo que había dado miedo hasta entonces, se decían las historias que habían querido ignorar, como dos viejos amigos que no se han terminado de perdonar, herida que lentamente va desangrando a quien la sufre. Conseguirían quitarse los puntos, sin anestesia, sin maquillaje que deje rastro en el cuello de su camisa. Era solo una de aquellas historias que tienen escrito el final antes de empezar por el principio, es una de las consecuencias de la rápida combustión de una relación abocada a la inmundicia y la mendicidad. Los sentimientos con los que habían especulado en un mercado que no deja lugar a sobreexposiciones de valor. Se miraban las pupilas como dos extraños que han decidido olvidar y dejar de hacer daño, sonreían de la manera mas educada que la situación permitía. Pero aquellos largos e incómodos silencios que interrumpían una escueta conversación, apta para los mas diabéticos, no dejaba lugar a la duda de que su final era una historia del pasado.

Dejaremos, por ahora, los absurdos enrevesados que nos digan lo que se oía a gritos desde hacía tiempo y es que solo hacía falta una tercera persona que iluminase de nuevo su rostro, que la convirtiera en alguien mas afable, a medio camino entre el reencuentro del amor y el pánico provocado por el vasto océano de soledad que se hallaba ante sus ojos. Sin tiempo, ni ganas, ni inhibición decidió lanzar las palabras al viento y que éste las llevara donde creyera que iban a ser escuchadas. Seguramente su afán recaudatorio de miradas hizo mella en la débil autoestima de su compañero. Le gustaba llamar la atención con su suave contoneo de caderas, esas sandalias de tacón estilizadores de una pierna esbelta y torneada acompañaban sus pasos desde que supo el efecto que tenían ante miradas ajenas, miradas que no le pertenecían. Era una practica recurrente en ella, adueñarse de historias que no eran suyas, de anécdotas que nunca vivió, de romances que jamas sucedieron salvo en su maltrecha imaginación. La más fiel creyente de su propia obra de teatro, de la que ella misma se había encargado de todo: vestuario, escenografía, dirección, etc.

Vosotros decidís el final de esta historia, cuando lo decida yo, os lo haré saber.





Hoy suena: Broken love song - Pete Doherty.




cla.

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