Cien, cien veces me he metido aquí a este cuadro en blanco para contar algo. Cien. Con esta cien. Sólo 76 han visto la luz de vuestras pantallas, o han creado las luces de vuestras pantallas de ordenador...
Decía que miraba al techo para ver las estrellas, se tumbaba en la cama y esperaba a ver las estrellas. Evidentemente el yeso, las vigas de hormigón, los kilos de cemento e incluso esa fina capa de pintura casi blanca impedían que pudiese ver algo a miles y miles de kilómetros. Sus palabras se ahogaban en una habitación cada vez más pequeña... hasta que explotó y ya si que dio igual. Las letras salían a borbotones de sus dedos y por una vez no pudo parar de teclear. De contarse, de contarnos todo lo que alguna vez tuvo que callar. Así, cayó en la cuenta de su absurdo, ¿cómo iba a ver las estrellas tumbada en una cama? Con todo ese hormigón, cemento y vigas de por medio y si, también con esa fina capa de pintura casi blanca. Pero finalmente encontró tantas palabras como estrellas buscaba. Pudo escribir lo que su consciente ignoraba, pudo escuchar a los astros que no veía. Y aprendió. Aprendió a salir al jardín a ver esas estrellas, en el césped, respiraba sin prisa, al fin.
Sé que sólo es un número de muchos otros que han llenado una vida: 4, 25, 10, 55, 447, 8,95, 12, 31, 7, 13 y ahora 100. Pero es que la vida de los adultos se alimenta de números, ¿será que nos estamos haciendo mayores?
Hoy suena: Mas de cien mentiras - Joaquin Sabina.
cla.
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