Él era nervioso, como un actor de teatro interpretando una comedia como un enfermo imaginario. De gestos lentos, de palabras veloces, de voz atropellada por las prisas igual de imaginarias que el enfermo. Se presumía un típico hombre de negocios, sus corbatas, su cuello y puños blancos bien almidonados y gemelos lustrados. El traje a medida, los zapatos a juego, aunque se había olvidado de jugar. Nunca era el momento, y aunque en su cara aun se intuía un niño feliz de tener una pelota con la que pasar el rato, ahora los ratos los pasaba discutiendo grandes cifras, siglas imposibles de recordar y cafés de máquina. Tampoco el tiempo parecía ser generoso como para ir a compartir experiencias a una cafetería.
A pesar de los típicos tópicos que parecían envolverle, en un rincón no demasiado lejano guardaba frases amables, curiosidad por el entorno y las ganas, aunque no el tiempo, de sonreír entre bastidores (debía preservar el semblante serio). Su seriedad contrastaba con esa mirada que buscaba un minuto de sosiego. Una cerveza en una terraza, su vieja pelota descosida cogiendo polvo en un trastero olvidada.
Deténganse un minuto señores, miren la verdadera importancia de lo que discuten. Los niños son el futuro, eso está claro, pero ustedes el presente, no se nos olvide. Mucha suerte.
Hoy suena: Escudo Humano - Vetusta Morla.
cla.
tkupb
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