viernes, 19 de marzo de 2010

La chica de la lluvia

Puede que nunca se hubiere preguntado porque siempre que empezaba sus textos llovía. Siempre hacía un paisaje en el que el agua que caía suavemente dejando tras de si ese césped mojado. Esa chica que, de pie, nota como caen cada una de las gotas del cielo y le impacta en la cara, luego estas gotas ruedan por su cara hasta llegar a la barbilla donde encontraran otro precipicio. Siente como bajo sus pies la lluvia reblandece la tierra que empieza a convertirse en barro.

Se quedaba horas y horas, ahí en el jardín, acompañada del ruido de las gotas cayendo sobre las hojas de los infinitos tipos de plantas que habitaban su casa. Ahí, la joven muchacha solo podía pensar en ella, se concentraba en cada sentimiento que esa situación le provocaba. Sin duda, era una situación un tanto peculiar, los niños vecinos la miraban desconcertados, incapaces de comprender porqué si los papás decían que cuando llueve no se sale a la calle esta pequeña mujer podía salir y estar ahí, quieta, esperando a que acabara de caer todo el agua que las nubes quisieran dejarle.

Era una rara costumbre, no entraba dentro de los estandartes sociales de esa época, y casi me aventuro a decir que de ninguna otra. Sin embargo, producía una de las sensaciones mas agradables conocidas por el hombre, el silencio interrumpido constantemente por el agua golpeando cada material cercano, mojando indistintamente a la gente, a las plantas, la tierra, arboles y las casas. Nada se libra cuando de lluvia hablamos. Y ese silencio, inquebrantable, solemne, gris. Presenciaba sus pensamientos bajo esos cabellos que ya no podían albergar ni una sola gota mas.

Tan solo le gustaba permanecer allí, quieta por que podía por fin hablar consigo misma sin interrupciones de ningún tipo, cuando salía a la lluvia, no había móviles, ni música, ni niños gritando. Bueno, niños si que había. Decenas de ellos la contemplaban desde la ventana de sus casas apoyando su frente en el cristal y dejando que el aliento lo empañara, quedando inmóviles, absortos por la templanza de su vecina.

Hablaba consigo misma, para contarse todo lo que había sentido en las diferentes situaciones desde la última vez que hubo llovido. Se contaba que a veces, cuando se despertaba temprano y otros seguían durmiendo, sentía ese mismo silencio que siente en ese momento. Pero que era diferente, raro, más sepulcral, más silencio, sin el sonido de la lluvia no era silencio, no le gustaba. Mientras se oía sus pensamientos y por momentos se iba encontrando peor. Le atormentaban, diciendo que nunca sería lo que quisiera llegar a ser, que nunca encontraría a nadie que la hiciese merecer, que todos los retos emprendidos iban, al final, a oscurecer. Entonces lloraba bajito, no quería despertar a nadie, pero sobretodo no se quería oírse a si misma llorar. Era de fracasados, de gente sin futuro le repitieron una y otra vez durante su infancia. No entendía el significado de los sentimientos que hacían llorar, porque un sentimiento debe hacerte pensar, reflexionar acerca de lo que esta bien o esta mal. Un sentimiento bien entendido no se puede controlar. Ella no era capaz de comprender porqué un sentimiento podía hacerte derramar lágrimas, gotas al fin y al cabo como las que ella estaba dispuesta a que le embaucaran. Un símil que resulta tan próximo.

Pasaron horas, ella seguía en la misma posición que cuando las nubes decidieron descargarse. Reeditaba su vida, se la contaba una y otra vez, repasando esos errores que de novata era cometer. No podía seguir perpetrando esos absurdos y vulgares errores. Cogía una regla para medir cada una de las palabras, para dosificarlas y tratar de ahorrar en ellas el máximo posible -¿Acaso no estamos en crisis?- se decía a ella misma sin ningún otro que le escuchara.

De repente cayó en la cuenta, siempre hablaba consigo misma. Sus intentos de comunicación con otras personas caían en profundos pozos de olvido, de omisión. Tiempo hacía que no mantenía una conversación con nadie. Se movió, esta vez si, bajó la cabeza al suelo, no para ver sus pies ya completamente enfangados, sino para ver sus vestiduras. Llevaba el mismo traje desde hace años, desde ese día de lluvia en el que un fuerte golpe interrumpió sus juegos. Solo recordaba que las luces azules y naranjas se alejaban más y más. Sin tener ella fuerzas para gritar.



Hoy suena: Centerfolds - Placebo.



cla.

1 comentario:

  1. Me ha gustado mucho, ha podido transmitirme todo lo que intenta el texto y he podido sentirme bajo la lluvia y respirar el olor de la hierba mojada...

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