Observaba tranquila la danza de los árboles esqueléticos ya por la inminente llegada del invierno. Hoy, lucía el sol como hacía tiempo, casi desde que fue verano y todo aún estaba por conocer. El tremendo ruido se colaba por las ventanas que mantenían su propia lucha en conservar separados al frío por un lado y al calor por el otro.
Sin ser nada especial, sin ningún don, ni siquiera con un poquito de razón. Conseguía que lo más absurdo pareciera tener sentido. No era como ahora que nos relacionamos a través de un millón de micro chips, con tecnología que no podemos comprender. Era diferente. Donde en el segundo mundo, la gente no gritaba como lo hacíamos, copa en mano, un día antes de tu cumpleaños: -¡Corre tonto!- Eran, son más silenciosos, más fríos, más distantes. Supongo que será por el clima. En fin, a lo que íbamos, con el rojo sol de amanecer amenazando con deslumbrarla a través de esa ventana luchadora. Pudo contemplar un objeto que volaba y surcaba los cielos, como Ulises los mares. Un objeto que con una bolsa de aire caliente le era suficiente para desafiar la gravedad. Con una cesta colgando y un solo par de testigos directos de tan bello acontecimiento. Ella veía como se perdían, lejos, incapaz de mantener la atención en esos documentos que juraban en hebreo una deliciosa venganza en el momento del examen. Observaba como el globo se alejaba y soñaba esos viajes dignos del mismísimo Willy Fog.
Ya venían las nubes desde las montañas de, todavia mas al este, se los llevó con el frío viento y con los últimos rayos de sol.
Hoy suena: Enero en la playa - Facto delafe.
cla.
amor-odio hacia los microchips
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